Al iniciar un nuevo comienzo de año, solemos celebrarlo pensando en nuevos deseos y propósitos, definiciones de quiénes queremos ser, de qué ideales queremos alcanzar y en qué queremos mejorar. De esta manera, partimos con ganas y energía los primeros meses del año, que tienden a coincidir con vacaciones y con el poder reponer energías durante enero y febrero, los meses en que los chilenos solemos tomar más vacaciones.
Así transcurre marzo, abril, mayo… partimos con fuerza, iniciativa y energía, pero de a poco vamos sumergiéndonos en la rutina y en el día a día, que a veces nos impiden mirar con más perspectiva si hemos logrado o no aquello que queríamos cambiar, o si siquiera nos acordamos de estos propósitos. Es así, como de a poco, nos vamos alejando de estos ideales y cuando miramos en qué estamos y hacia dónde vamos, nos sentimos algo perdidos y confusos.
En junio tuvimos el día más corto del año y partir de ahí, empiezan días con más horas de luz y sol. Con este cambio, podemos ir notando el comienzo de una nueva época del año, la segunda mitad de éste y con esto, el reinicio de nuevas posibilidades y desafíos para lo que nos queda.
Es en este período cuando empieza un nuevo momento del año, donde podemos reevaluar lo que hemos hecho y qué hemos logrado y qué no. A partir de esto, realizo algunas recomendaciones para esta nueva posibilidad:
No te critiques si no has logrado todo lo que te propusiste a comienzos de año, mejor evalúa qué te costó realizar y qué habrá pasado que no pudiste hacerlo.
Trata de que tus propósitos sean posibles de realizar, la idea es ponerse un objetivo alcanzable y que sientas que obtienes logros.
Evalúa si esos objetivos son concretos, a veces nos proponemos metas muy abstractas, el esperar cumplir con un “quiero ser feliz” o “quiero ser mejor persona” es amplio y poco claro. En este sentido, puede ser más fácil pensar en acciones concretas y simples, asociadas a estos propósitos, por ejemplo si para ser más feliz te sirve tener más tiempo libre o hacer lo que te gusta, trata de que tus objetivos se asocien a acercarse a eso y proponerlo así; “quiero tener más tiempo libre” o “quiero dedicarme a lo que me gusta”.
Divide tus objetivos en pequeñas tareas, en vez de lograr todo el objetivo de una, intenta que ese objetivo sea divisible, de manera que puedas ir sintiendo rápidamente que avanzas. Por ejemplo, si te propones tener más tiempo libre, quizás podrías, en primera instancia, ver todas las tareas que realizas durante la semana, luego evaluar qué tareas son innecesarias, y posterior a esto, ir viendo cómo delegar o anular aquellas cosas que realmente son un extra y te desgastan más de lo que te aportan.
Proponte plazos y fechas, donde puedas ir viendo y revisando si estás logrando hacer lo que te propusiste. Si no lo has logrado, evalúa si este objetivo implica una sobrecarga en tu vida, si no es así, motívate y ve de qué manera puedes resolver esto, tomándolo como un desafío más que como una obligación.